“Gran parte de lo que somos ha estado completamente fuera de nuestro control y esto no es culpa nuestra pero sí es nuestra responsabilidad qué hacemos con ello”
Paul Gilbert
Una exquisita Irene Némrovsky retrata en la Francia de la década del 30 el vínculo nocivo de una joven adolescente con su madre y la continua exposición a la que ésta la sometía diariamente cuando la maltrataba frente a la gente.
«¿Quieres que te dé un guantazo? ¿Sí?», y la quemazón de una bofetada. En plena calle. Tenía once años y era alta para su edad. Los viandantes, las personas mayores, eso no significaba nada. Pero en aquel instante unos chicos salían del colegio y se habían reído de ella al verla. «Y ahora qué, niña» ¡Oh!, aquellas risas burlonas que la habían perseguido mientras caminaba, la cabeza gacha, por la oscura calle otoñal.
¿Sentiste alguna vez esa sensación en tu vida? De sentirte vulnerado, criticado….de que la mirada de los demás evalúa, a veces con severidad. A eso le llamamos vergüenza.
¿Podría la vergüenza ser deseable o útil en cierto punto? Le pregunto a la Licenciada María Costa, del equipo de Motivación compasiva, el cual trabaja con este tipo de emociones invalidantes. “Claro -responde – es que hace muchos miles de años nuestros antepasados vivían en entornos difíciles. La comida escaseaba, los elementos y el clima eran duros y había animales que podían herirlos o matarlos. En ese contexto, nuestros antepasados sobrevivieron porque formaban parte de un grupo. Los miembros del grupo se protegían entre sí de diversos peligros. Sin embargo, ¿podés imaginar lo que sucedería si un miembro del grupo hiciera algo que fuera perjudicial para otro miembro? Seguramente se aplicaría un castigo, especialmente si el comportamiento era inadecuado a las normas. Salirse de lo establecido significaba tener que lidiar con las dificultades y los peligros de la vida por sí mismo y muy probablemente terminaría en la muerte”.
Así apareció en la historia de la especie esta emoción, como una forma de ayudarnos a delimitar experiencias adecuadas y no adecuadas para nosotros y nuestra especie. Su función según Natali Gumiy, psicóloga del mismo equipo, “es rastrear cómo existimos y nos percibimos en las mentes de los demás para evitar el rechazo, la segregación y, en última instancia, la muerte. Este enfoque basado en las teorías evolucionistas nos enseña que la vergüenza es un poderoso eco de nuestro pasado”. En la evolución del individuo la vergüenza comienza a aparecer cuando empezamos a tomar conciencia de los demás y de nuestro rol interactivo con ellos. Por eso el psicólogo Erik Erikson señalaba que ya a los dos años podemos experimentarla cuando hacemos algo que nos expone a la evaluación de los otros. Es más, el mismo autor señala que si esa vivencia se repite porque el contexto es muy severo o invalidante, puede tener efectos muy nocivos para el desarrollo del niño.
Tragame tierra
Para experimentar vergüenza tienen que ocurrir dos cosas: por un lado, que nuestra conducta no coincida con lo esperado por los otros individuos de nuestra especie y por otra que yo sienta lo mismo, es decir, que lo que hago es inadecuado. No alcanza sólo con la mirada severa de los demás. Así, San Francisco de Asís se desnudó frente al obispo y su séquito en la Italia medieval para reclamar por una iglesia más pobre y menos ostentosa. En ese acto sintió liberación y rebeldía, no vergüenza.
“Como cualquier otra emoción- nos dice la doctora Lorena Llobenes, tercera integrante del equipo- incide en cómo pensamos, a que le prestamos atención y cómo nos comportamos. Tiene consecuencias físicas y emocionales como el estrés crónico si perdura en el tiempo”.
Así, se registra en hogares donde los padres o cuidadores son demasiado exigentes o no comprenden las necesidades evolutivas de los pequeños. Pero también se manifiesta en espacios donde quienes tienen más poder someten a quienes son más vulnerables. El bullying sería una experiencia que abochorna, humilla, angustia y avergüenza.
Lentes que enfocan mal
Natali nos cuenta que Paul Gilbert, creador de la Terapia Centrada en la Compasión, “considera a la vergüenza como enmarcada dentro de las emociones del sistema de amenaza. Este es un sistema primitivo en nuestro cerebro, que tiene la función de protegernos de amenazas reales. Lo que significa que otras emociones pueden acompañarla como la ansiedad, el enojo y la repulsión. Muchas personas la describen como una de las emociones más desagradables que se pueden experimentar por su expresión física y emocional”.
Lo que ocurre entonces es que estas personas ven el mundo con lentes oscuros que enfatizan lo negativo de cada situación, la posibilidad de equivocarse, de fallar, de sentirse juzgados. Personas tímidas, ansiosos sociales y evitativos pueden experimentarla muy habitualmente. Incluso, ¡con sólo pensar en el contexto amenazante!
“La atención se orienta exclusivamente a las amenazas percibidas- dice en tal sentido María- y es gracias a las nuevas competencias cerebrales que nuestro cerebro usa la imaginación generando bucles de pensamientos que crean escenarios irreales y que exacerban este temor al rechazo. Como consecuencia surge el impulso a retirarnos y terminamos desconectados de los otros lo que provoca a largo plazo aislamiento social”. Eso es lo que ocurre: la persona vergonzosa es una persona en soledad, aislada de la sociedad.
El antídoto apropiado
Seguramente crear espacios más flexibles y tolerantes para las personas es un paso importante en ayudar a trascender la vergüenza. Pero a nivel individual, el antídoto parece ser la compasión y la autocompasión. Estas experiencias innatas de nuestra mente nos permiten cultivar el propósito y la sabiduría de una mente compasiva.
“La Terapia Centrada en la Compasión, (CFT en inglés) -dice Lorena- desarrolla la compasión para cultivar el coraje e involucrarnos con las experiencias difíciles, es decir con los aspectos más oscuros de nuestra mente. Para este enfoque la compasión potencia la sensibilidad a la presencia del sufrimiento en uno mismo y en los demás con el compromiso de tratar de aliviar y prevenir ese sufrimiento”.
Es a través de una transformación de la vergüenza como el paciente comienza a sentirse liberado, se permite errar y no responder exactamente a las expectativas de los demás.
Esta terapia es contenedora, protectora, favorece la autonomía y autoconfianza y especialmente una actitud más bondadosa del paciente consigo mismo.
Es necesario la aceptación radical de nosotros mismos. En la experiencia de ser auténticos y amarnos como somos, está el camino al bienestar.
*Martín Reynoso es psicólogo, coordinador de Mindfulness en INECO y autor de Mindfulness, la meditación científica.
Fuente: Clarín.